De niña era una canija porque no me gustaba nada, salvo los calamares en su tinta. Había desarrollado un sistema infalible que acababa con la paciencia de cualquiera, ni la meditación zen podía conmigo. Consistía el tal sistema en acumular en un lado del moflete todas las primeras cucharadas de lo que quiera que sea que me obligaran a comer, si era sopa se consolidaba con pan. He visto en un documental a algunos monos de la India hacer lo mismo, pero ellos por otros motivos. El caso es que permanecía así hasta que quien fuera se cansaba de esperar que no tragara nada, me daban permiso para levantarme y yo me quitaba de encima mi abultada mejilla por el método más sencillo que, por su puesto, nunca era tragarlo. Nadie me ganaba a esperar.
Por eso me enviaron a aquel pueblo del norte de Huelva a ver si así se me abría el apetito y engordaba un poco. Fue en vano porque mi método, ya digo, era infalible.
Pero me encantó vivir en el pueblo, mimada y nutriéndome, casi exclusivamente, de tostadas de pan con miel.
He vuelto hace poco, después de miles de años de ausencia y el progreso acabó con el leve encanto que tenía. Porque Mi Pueblo era cuatro calles trepando hacia la cumbre de una colina que coronaba un castillo, del que sólo queda una Enorme y desangelada iglesia. Las casas chatas y blancas con el corral detrás, las calles empedradas primorosamente, todo limpio y soleado.
Las cuatro calles siguen allí, pero rotas, descuartizadas por obras de mejoras, de peoras diría yo; reconocí mi calle, la escuela, el cementerio y las ruinas del castillo donde jugaba. Pero ahora el pueblo ha crecido sin orden ni concierto, sin guardar la compostura ni las tradiciones, empeñado en afearse, vulgarizarse, enlosando las paredes de las casas como si fueran cuartos de baño. Es difícil crecer sin protección.
Qué guapa!>>Yo, de pequeña, cuando llegaba el verano, me quedaba practicamente sola. Casi todos los niños del barrio se iban a veranear al pueblo. Yo crecí con la pena, con la angustia, con la envidia de no tener pueblo. Era triste. Y no lo entendía…>>Besos
🙂>>Supongo que es acogedora esa sensación de pertenencia.>¿Tu sabes qué me daba a mí envidia? las meriendas de los demás niños porque mi madre jamás nos daba de merendar.>Sin embargo allá en mi pueblo, qué buenas meriendas¡¡¡¡
Tambien soy conocida como la canija, y me he reido tanto leyendo tu narrativa (mi cunada, la mas chica, tenia los mismos trucos que tu). Una noche fria de Chicago (-17 grados centigrados), pero tu blog me ha alegrado la noche. Que lindos tus recuerdos de la infancia y de tu pueblo. Ahora que he descubierto tu blog, espero llevar la cocina andaluza y sevillana hasta mi cocina y mi gente en Chicago. Gracias y un fuerte abrazo desde Lake Bluff.
Debbie¡¡¡¡, estoy encantada de que leas mi blog, aunque escribir lo hago poco, sólo de vez en cuando que me inspiran algunas cosas, como lo feísimo que volví a ver ese pueblecito de mi infancia.>Hemos leído tu carta en casa y disfrutado con ella como siempre, porque nos encanta saber de ti, de tu familia y de la manera que tienes de contarnos.>Espero que sigamos en contacto, al menos a través de este medio.>Besos>>Luz