Amsterdam


Daría unos años de mi vida por poder vivir unos meses en Nueva York, pero no es la única ciudad del mundo donde me gustaría vivir, Amsterdam también es una de ellas.
Un simple bocadillo vegetal ante el Rijksmuseum después de una mañana de darle al pedal es un placer único, o cenar una noche en el New King un pato cantonés, pidiendo número como en la pescadería, para después pasear por le barrio chino y subir a uno de esos recónditos, temibles lugares donde te dan un masaje en los pies que te mueres de dolor aunque luego caminas por la calle como si volaras.
No está mal el rijsttafel en el Cilubang, buena mesa y lugar encantador. Pero entre todos los que probé el que más me gustó fue La reina del ajo «Queen Garlic», por su desenfado, por la proximidad y esquisitez de trato de todo el servicio y porque sus platos son extraordinariamente caseros y elaborados que es la mezcla que más me gusta.
El sitio es tan pequeño que podrán caber veinte personas, no creo que llegue a treinta, con una decoración divertida y desenfadada. Los que lo atienden tienen ese aire cautivador de los amsterdameses, que desarrollan su trabajo concienzudamente pero dando la sensación de que están encantadísimos haciéndolo.
Yo pedí «spaguetti vongole» aunque no sé si la carta decía eso exactamente, pero se trataba de una humeante fuente de una pasta estupenda con muchísimas almejas guisadas a la marinera como las hacía mi abuela que era vasca. A mí me pareció que no podría con todo aquello pero estaban tan requetebuenísimas que no dejé más que las valvas. Y de segundo un atún perfectamente asado en el punto justo, que ni enTarifa; la guarnición era un delicioso panaché de verduras.
No pude pedir postre, pero me dijeron que el brownie con helado de chocolate era soberbio.
Probamos también la comida india y la Rose`s Cantina más agradable por el sitio y la gente que por la cena en sí.

Corazón helado

Vuelvo a mi restaurante favorito, que lo es a pesar de que tiene una acústica perversa que me impide charlar a media voz con quien me acompaña.
Y vuelvo con la inquietud de una novia buscando los viejos/nuevos sabores con que me sorprende siempre, con la expectación de probar fusiones distintas para la vieja cocina tradicional.
Pero en ocasiones, el lugar preferido se convierte en una especie de amante perverso que me ignora haciéndome esperar media hora entre plato y plato, decide no servirme lo que quiero con la inexcusable excusa de que no tiene la calidad necesaria y desaparece a la hora de hacer balance y cuenta.
Me hiela el corazón…
…sin necesidad de hidrógeno líquido.

Y aquí estoy decidiendo si darle otra oportunidad o cortar para siempre y devolverle la carta.

Sabores de Oriente

Me gusta la cocina oriental tanto que he comido muchas veces en malos restaurantes chinos, aunque eso era antes, ahora me cuesta trabajo aceptar una mala comida incluso en mi casa.

El mundo se ha vuelto pequeño porque, sin muchos obstáculos, puedes hacerte con un buen curry tailandés. ¿Quién no tiene una amiga que se gasta todos sus ahorros en esos viajes imposibles que matan de envidia a cualquiera?

O en mi caso una sobrina que hace su Erasmus en Alemania, se compromete con un proyecto de desarrollo que le abre nuevos horizontes vitales, conoce a un chico de origen vietnamita con el que comparte amor y planteamientos sociales, toma contacto con nuevas realidades…y le trae a su tía unos perfectos paquetitos, comprados en un mercado flotante, diversos, fragantes, sorprendentes, para que ilustre su agradable ternera oriental.

Madrugadas

Una amiga viene de noche con una botella de aguardiente de champán y un saco de penas calladas. Sólo quiere charlar y reir.
Beber y hablar de madrugada con ella es un placer poco frecuente, así que para tener energías acompaño el licor con unos bombones experimentales que hice la víspera y quedaron buenos.

No soy amante del chocolate por eso lo distraigo con los complementos que más me gustan: naranjas confitadas y avellanas.

No es complicado confitar unas mondas de naranja dulce: las hiervo tres veces, cambiando el agua, para que expulse lo amargo y luego las sumerjo en un almíbar denso, la misma cantidad de azúcar que de agua. Si queremos complicar un poco más la cosa se pueden embadurnar de caramelo y dejarlas endurecer para que crujan luego bajo su envuelta de chocolate, pero me gustan menos dulces.

Las avellanas sí van garrapiñadas y, una vez endurecidas, las paso por el chocolate fundido y las dejo enfriar.

Muchas calorías, pero hacen madre en el estómago para el alcohol de 40º de Moët Chandon, que permite abrir el saco de penas y poner algunas alegrías.