Tarta de frutas

Este verano me he estado entrenando en la realización de tartas de frutas, especialmente de arándanos, frambuesas y grosellas, ácido con dulce. No me quedaron mal, pero después, esas maravillosas Boulangeries y Pâtisseries de París me han dejado anonadada con sus deliciosas presentaciones. Para muestra el botón de la imagen de arriba o el video de una de ellas por Saint Germain des Prês.

Cenas y compromisos

Tengo una amiga que me advierte de los peligros de la compasión y para ilustrarme me ha regalado «La impaciencia del corazón» de Stefan Zweig. He vuelto a sumergirme en su lectura con el placer de siempre porque su prosa es delicada y seductora como pocas.
Con frecuencia me dejo llevar por emociones más allá de lo que razonablemente estaría dispuesta a hacer en frío, porque soy vehemente, apasionada y un poco idiota.
Hay una euforia tras una buena comida con amigos, regada del justo vino que le conviene, que me sitúa al borde de peligrosos precipicios sociales, incómodas promesas, compromisos incumplibles. Y no diré más.

«Nunca había comido tan bien, ni en sueños me hubiera imaginado que se pudiera comer tan bien, tan lujosa y copiosamente. Platos cada vez más exquisitos y caros desfilan majestuosamente en fuentes inagotables: pescados de color azul pálido, coronados de lechuga y enmarcados en rodajas de langosta, nadando en una salsa dorada; capones cabalgando sobre albardas de arroz en capas; pudding flameando en ron de llama azul; bolas de helado, dulces y de colores, brotando unas de otras; frutas, que deben haber dado la vuelta a medio mundo besándose en bandejas de plata. ¡Esto no tiene fin, no tiene fin! ¡ Y para acabar, un verdadero arco iris de licores, verdes, rojos, blancos y amarillos, y cigarros gruesos como espárragos para acompañar un café exqusito!

«La impaciencia del corazón». Stefan Zweig