Esta es una tarta salada muy rica, ha salido excepcional esta vez. Hice dos, una más grande la del video y otra más pequeña, la de la foto. La salsa de tomate (pomodoro) puede ir con cebollas o con ajos, yo hoy he elegido esta última opción. Para mí tiene una novedad y es que he utilizado basílico de la cosecha de mi huerto, 4 ó 5 jardineras que he puesto en la terraza, en las que tengo algunas aromáticas, perejil por supuesto, tomates, cebollas y calabacines. Plantar semillas y verlas crecer tiene una magia que atrapa, supongo que es una emoción atávica, natural.
La masa que he utilizado es la de las empanadillas de Margarida, que me parece genial para casi todo. Así que dejo un enlace a lo suyo. Se podría hacer con cualquier otra masa de las que venden en los supermercados, de hojaldre o brick, pero nada quedaría como la de mi amiga, que le da la gracia a todo el conjunto.
El sabor del falafel me recuerda a París, a una pita con muchas berenjenas y las bolitas de garbanzos en el Marais, con su salsa de yogourth y ajo. Puede ser que nunca haya podido con una completa, pero también es cierto que no he dejado de ir allí, a la plaza de los Vosgos, cada vez que he visitado la ciudad.
Comerlos en la cocina de mi casa tampoco está mal, así con mucho verde están ricos, pero un poco fuera de contexto.
La primera vez que estuve en la Plaza de los Vosgos (comiendo pita por supuesto) me senté en uno de esos bancos adosados por la espalda a otro, mientras charlaba con mis compañeros de viaje escuché (sin querer) a unos ancianos detrás de mí hablando una lengua rara. Presté atención y me pareció askenazi, la vieja lengua de los judíos del norte de Europa, no es que yo sepa hablarla pero he visto muchas películas del Holocausto. Entonces me volví y estuve observándolos sin pudor, con curiosidad. Dos hombres y una mujer, canosos, con algunos cabellos rojizos ella. Era una soleada tarde de junio, hacía un calorcito tibio para una andaluza acostumbrada a las temperaturas del verano sevillano, pero para un francés sin duda se trataba de un día de calor. Por eso los tres llevaban manga corta y por eso pude ver sus números tatuados en los antebrazos.
Lo increíble estaba allí, hecho realidad ante mis ojos: borrosos números azules sobre una piel descarnada, arrugada. Memoria viva del genocidio, uno de los más terribles que hubo en el siglo XX, pródigo en crueldades. Calculé que para 1945 debían ser niños.
Nervios, tensión y malas pulgas me invaden. A veces los acontecimientos se precipitan y el ritmo de vivir se vuelve trepidante e incómodo. Es el momento de respirar, sentarse y dejar que el tiempo pase sin otra intención que la de volver al compás que necesito. Que todo se enlentezca hasta que yo pueda volver a saltar.
Mi mejor maestro es el gato, no MI gato sino el gato, Nico.
Me encanta el gateau d`orange, y aunque las naranjas están en su punto en Navidad éstas últimas que he comprado son excelentes y tenía en la agenda el poner aquí esta receta. Un problema dan: están demasiado buenos.
Todo el mundo anda ahora de dieta para la operación bikini o lo que sea que cada cual se ponga en la playa. Bueno, pues he aquí una receta reducida, engorda poco porque se come poco.
Creo que es una de las recetas más mágicas para hacerlas con niños. Mi madre nos dejaba a los niños «ayudarla» con algunos bizcochos, qué santa paciencia la pobre. Lo hizo sobre todo con los cinco últimos (soy la séptima) y comprendo tardíamente su generosidad. Sólo hacen falta unos moldes simpáticos de silicona que ahora se venden en cualquier parte para hacer que los cocineritos de la familia tengan su cuarto de hora de gloria.