Datos

¿Qué comemos?
Yo sé bien lo que se come en casa, pero la pregunta me surge cuando leo en Público que sólo el 15% de españoles sigue una dieta mediterránea, es decir la dieta que hicimos toda la vida, la cocina tradicional de las madres y abuelas. Por cierto que me ha gustado mucho ese periódico.
Pero volvamos a lo de la dieta. Supongo, que es mucho suponer en esto de las estadísticas, que ya no se comen legumbres, ni arroz, ni verduras, que la fruta es una debilidad propia de la tercera edad que tienen tiempo para pelarla, y que el pescado sólo se pide, cuando se pide, en algunos restaurantes.
A mi me preocupa ver a mis alumnos más pequeños (también los mayores) gastar su dinero del desayuno en «chuches»: gominolas, gusanitos, regalices de colores psicodélicos, chocolatinas cargadas de grasas animales, y pastelitos industriales llenos de sustancias químicas próximas a venenos legales. La mayoría de padres lo saben y consienten, probablemente (seamos bienpensantes) inconscientes del daño que todo eso hace en las salud de sus hijos.
Hay una aculturación gastronómica que viene de la mano de las industrias, multinacionales, de la alimentación. Aprovechan las dificutades que hay en las familias para hacer la compra y guisar, presentando unos productos muy atractivos que bombardean visualmente los «media» y las estanterias de los supermercados.
Y voy a decir algo que sospecho: los padres no se atreven, no nos atrevemos a educar, a negar, no consentir esas disgresiones alimentarias que sólo nos dañan.
Enfin, que he soltado un speech aburridito que llevaba mucho tiempo callado….y me he quedado a gusto.

Quesos

Dice mi padre que en la casa de su padre se hacía un queso de oveja exquisito muy parecido a la torta del Casar. Yo conocí la quesería del cortijo cuando ya estaba abandonada y la caldera de cobre se parecía a una calesita de feria abollada. Pero a mi no me gustaba vivir en el cortijo sino en el pueblo, en la casa de una anciana amiga de mi abuelo que me dejaba hacer lo que quería, allí descubrí que se puede ser feliz, muy feliz, con casi nada.
En octubre volveré, al río y la encina, el castillo, las calles empedradas de pizarra, las rebanadas de pan con miel.

Cenas y compromisos

Tengo una amiga que me advierte de los peligros de la compasión y para ilustrarme me ha regalado «La impaciencia del corazón» de Stefan Zweig. He vuelto a sumergirme en su lectura con el placer de siempre porque su prosa es delicada y seductora como pocas.
Con frecuencia me dejo llevar por emociones más allá de lo que razonablemente estaría dispuesta a hacer en frío, porque soy vehemente, apasionada y un poco idiota.
Hay una euforia tras una buena comida con amigos, regada del justo vino que le conviene, que me sitúa al borde de peligrosos precipicios sociales, incómodas promesas, compromisos incumplibles. Y no diré más.

«Nunca había comido tan bien, ni en sueños me hubiera imaginado que se pudiera comer tan bien, tan lujosa y copiosamente. Platos cada vez más exquisitos y caros desfilan majestuosamente en fuentes inagotables: pescados de color azul pálido, coronados de lechuga y enmarcados en rodajas de langosta, nadando en una salsa dorada; capones cabalgando sobre albardas de arroz en capas; pudding flameando en ron de llama azul; bolas de helado, dulces y de colores, brotando unas de otras; frutas, que deben haber dado la vuelta a medio mundo besándose en bandejas de plata. ¡Esto no tiene fin, no tiene fin! ¡ Y para acabar, un verdadero arco iris de licores, verdes, rojos, blancos y amarillos, y cigarros gruesos como espárragos para acompañar un café exqusito!

«La impaciencia del corazón». Stefan Zweig

Breve historia de aversiones

Como cocinera tengo una limitación grave, una aversión a un alimento frecuente y exquisito. Eso me ha dado mucho que pensar y algo que leer. A lo largo de la historia muchas religiones han prohibido determinados alimentos, por ejemplo el cerdo en la religión judía y la musulmana después.
A través de la lectura del antorpológo Marvin Harris «Vacas, cerdos, guerras y brujas» me fuí enterando de que muchos de los tabúes alimenticios tienen una base económica. En el caso concreto de las religiones judía y musulmana, que se originaron en un medio desértico, el cerdo entra en competencia con el ser humano por la necesidad de agua que tiene este animal, debe embarrarse para proteger su piel e impedir la deshidratación. El agua para una piara de cochinos es la que necesitaba una tribu de personas para sobrevivir en el Israel bíblico. Igualmente prohiben el marisco, pero es que los hebreos, gente de tierra adentro, le tenían un miedo terrible a las aguas del mar «mayim», así en plural, y todo lo que de ella surgía. No están prohibidos los peces con escamas, esos que podían sacar sin tanto riesgo del lago Tiberiades.
Dice Julio Caro Baroja, en su «Historia de los judíos en España» que la expresión: «Que le den morcilla» se acuña en los tiempos de la Inquisición, de persecución de judaizantes, porque la Torá prohibe comer sangre y los de ascendencia hebrea sentían una repugnancia cultural insuperable a ese alimento.
También la interdicción de comer vaca en la India es de origen económico. Las reses de allí crían poca chicha, si los parias se las comieran no sería en absoluto rentable, ellos, los más pobres de la sociedad de castas India, son los principales beneficiados del animal tabú y aprovechan de ella absolutamente todo, incluído el estiércol. Si perjudica a alguien es a los propietarios, de tierras, comercios, etc… porque el animal se nutre de ellos. Si la vaca india se consumiera desaparecería una menguada fuente de supervivencia para 400 millones de indios.
Cosa distinta es la intolerancia alimentaria, cuando nuestro cuerpo no permite cierto alimento, para más información dejo aquí un enlace a la excelente página Caminar sin gluten, que ilustra muy bien sobre este problema, desconocido para muchos.

Pero ¿qué pasa con la aversión? la mayor parte de ellas son culturales, aprendidas en último caso. No es raro encontrar gente que se escandaliza de que algunos pueblos coman gusanos, mientras ellos mismos están chupando caracoles.
La aversión psicológica se da más en personas sensibles, cuando un alimento ha hecho daño en la infancia, originando fatigas, vómitos, cólicos con dolor o fiebre, queda erradicado del repertorio de productos consumibles. Un conductista diría que es un condicionamiento y que hay terapias para descondicionar, pero deben hacerse a edades tempranas y no siempre dan resultado.

Lo que a mí me sorprende es la cantidad de personas que conozco que tiene aversión a las mismas cosas, en el top ten de los más odiados estarían el queso y las aceitunas, por este orden. ¿Por qué tantos?

A eso no he encontrado respuesta.

de libros

Suele pasar en la vida que se acumulan datos, hechos, lecturas, películas, conversaciones sobre un mismo tema, coincidiendo de forma casi mágica.
La necesidad de ordenar mis libros, después de todo el curso desordenándolos, se convierte en una pesada losa de agobio. La imagen de arriba es de un trozo de mi estantería, la que me cae más a mano, y puede observarse cómo hice para embarullarla tanto que no se puede encontrar nada.
Los post de Manuel Allue (el último es una joya) cuya cocina, además de acogedora y sabrosa tiene unos formidables anaqueles repletos de libros apasionantes, antiguos, nuevos, de cocina, de la vida, del arte, que me dejan boquiabierta cada vez que entro.

Mis alumnos más pequeños, esos que roban la paciencia y el corazón con la misma intensidad y maestría, han valorado lo mejor del año la animación a la lectura, el entusiasmo por leer…y llevo dos días flotando en una nube de orgullo, por ellos.
Y finalmente paso por la librería habitual a hacerme con una reservita de textos para este verano y me encuentro con esta cuidada reedición de Manguel » Una Historia de la Lectura«, una maravilla, con esta cita de ¡¡¡¡¡¡¡¡¡ Virginia Woolf!!!!!!!! a la que hace poco saqué aquí y que quiero compartir con todos, blogueros y blogueras, que tienen la paciencia de aguantarme:

«He soñado a veces que cuando amanezca el día del juicio, y los grandes conquistadores y abogados y juristas y gobernantes se acerquen para recibir su recompensa, el todopoderoso al vernos llegar con nuestros libros bajo el brazo, se volverá hacia Pedro y dirá, no sin cierta envidia: Míralos: esos no necesitan recompensa. No tenemos nada que darles: Les gustaba leer.«

VIRGINIA WOOLF

Pues eso, un libro puede valer un paraíso, ya lo dijo ella que tanto sabía de infiernos.