Me lo temía

Desde hace algunos años, coincidiendo, quizá, con el tiempo que llevo practicando yoga, me he vuelto «amiguita» de todo bicho vivo que entra en mi cocina, por lo que hacer un arroz con chirlas ya empieza a convertirse en un duro trago para mí.
Es ridículo que yo cuente aquí mi amistad y empatía con los bivalbos o los crustáceos, pero es una maravilla ver a las almejas sacar el tubo sifónico y hacer pompitas en el agua con sal. Lo de los bogavantes es un experiencia traumática.
Y míra por donde he leído que sí que sienten, tengo razón al mostrarme «sensible» en este asunto.

Paris, je t`aime

Una lengua que no es la mía, que aprendí siendo niña, en la que me sumerjo como quien se pone un vestido ajado pero cómodo; suena en mis oídos la música de la escuela, recuerdo las letras de las canciones con los ritmos que irrumpen en mi boca, estallando, éclatant, como fuegos artificiales de agua, saliva o gárgaras. Me convierte en otra hablar esa lengua infantil, que, sorprendentemente, otorga a mi voz un punto más grave.
Atrás quedó todo. Fluye, lejano, el pasado con el lastre de decisiones, acertadas o erróneas, y una nueva mujer, con un proyecto de vida intacto, aparece como si hubiera estado guardada en algún desván olvidado.
Esta mujer lee en silencio todos los letreros, pronunciando despacio desde dentro de su boca, oye las conversaciones, estudia las voces y , sin darse cuenta, movida por una inercia extraña, piensa ya en la lengua que le da hospedaje.
Pero no es un desván el lugar en el que ella está viva, sino París, una ciudad de pulso relajado, dulce y amarga como un té a la menta.
Está espléndida, sofisticada o sencilla, maîtresse ou épouse, parfois sentimentale, parfois coquine. Dejarla y abandonar la lengua, fue duro, cerré el arcón, dejé la personalidad de esa otra mujer plena que existe sin mi conocimiento y está detrás de la R rodada, más grave de voz y más ligera de espíritu que moi même.

Paris, je t`aime

Un meme

Me encanta y me desconcierta, en la misma medida, que Margarida venga a mi blog y vea mis videos, porque ella ejerce una cocina perfecta, armónica, profunda y estéticamente impecable en su maravilloso blog Acibecheria, pero lo que me ha dejado atónita y sin palabras es que me cite en un meme. Gracias.
También me pide que linkee con la página que organiza unos premios que es ILKER, para los blogs que hacen pensar y que yo proponga cinco bitácoras que me hacen pensar a mí. La suya es una, pero debo poner otras cinco.
Comienzo, pues, a citar:

Desde mi cocina; no es la primera vez que lo cito y lo hago porque siempre escribe cosas que me gusta leer y porque lo hace muy bien.
El cocinero fiel; con ese nombre lo tiene todo ganado, pero además hace unos videos envidiables.
Cocinalia; es perfecto y ella sencilla y accesible.
Los pecados del monaguillo; por la irreverencia de su nombre y por la potente imaginación de sus recetas y el maravilloso sentido estético de las mismas.
Apuntes gastronómicos; un blog bien construido de mi ciudad.

Ahora los elegidos pueden, o no, seguir el «meme»

Mi pueblo

De niña era una canija porque no me gustaba nada, salvo los calamares en su tinta. Había desarrollado un sistema infalible que acababa con la paciencia de cualquiera, ni la meditación zen podía conmigo. Consistía el tal sistema en acumular en un lado del moflete todas las primeras cucharadas de lo que quiera que sea que me obligaran a comer, si era sopa se consolidaba con pan. He visto en un documental a algunos monos de la India hacer lo mismo, pero ellos por otros motivos. El caso es que permanecía así hasta que quien fuera se cansaba de esperar que no tragara nada, me daban permiso para levantarme y yo me quitaba de encima mi abultada mejilla por el método más sencillo que, por su puesto, nunca era tragarlo. Nadie me ganaba a esperar.
Por eso me enviaron a aquel pueblo del norte de Huelva a ver si así se me abría el apetito y engordaba un poco. Fue en vano porque mi método, ya digo, era infalible.
Pero me encantó vivir en el pueblo, mimada y nutriéndome, casi exclusivamente, de tostadas de pan con miel.
He vuelto hace poco, después de miles de años de ausencia y el progreso acabó con el leve encanto que tenía. Porque Mi Pueblo era cuatro calles trepando hacia la cumbre de una colina que coronaba un castillo, del que sólo queda una Enorme y desangelada iglesia. Las casas chatas y blancas con el corral detrás, las calles empedradas primorosamente, todo limpio y soleado.
Las cuatro calles siguen allí, pero rotas, descuartizadas por obras de mejoras, de peoras diría yo; reconocí mi calle, la escuela, el cementerio y las ruinas del castillo donde jugaba. Pero ahora el pueblo ha crecido sin orden ni concierto, sin guardar la compostura ni las tradiciones, empeñado en afearse, vulgarizarse, enlosando las paredes de las casas como si fueran cuartos de baño. Es difícil crecer sin protección.