Un gran horno de Fagor

Este es el modelo el 6H88A-tcx.

Se ha puesto en contacto conmigo el personal de los ELECTRODOMÉSTICOS FAGOR, para proponerme que os escriba acerca de sus hornos en este post. Ya sabéis de mi devoción por las masas levadas y por el pan hecho en casa. Me gustan más los hornos que las cremas antiarrugas. Así que estoy como unas castañuelas porque me encantan éstos que tienen la función pirolítica, que incorpora un sistema de autolimpieza que desintegra los restos de suciedad a través del calor. Y tienen 3 programas de limpieza: Eco, Turbo y auto pyro. Me encantaría que mi horno apareciera limpio cuando lo saco en los vídeos, sin tener que dejarme las uñas en el intento. Las bandejas salen estupendamente, lo que disminuye la capacidad de quemarme (por desgracia me quemo con frecuencia).
Pero lo que más me gusta es que puede cocinar a bajas temperaturas, por lo que mis panes podrían levar a 24ºC exactos, no como ahora que lo hago a ojo de buen cubero. Mientras más controlada es la temperatura de levado mejor salen las masas, sean brioches, croisanes, ensaimadas, baguettes, pan de pueblo…Y además el cristal del horno lo aísla completamente del exterior, de forma que no le influye la temperatura externa.
Puedo imaginarme cómo quedarían mis donuts con un horno así.
Se puede participar en el sorteo de un horno pirolítico Fagor

Clases de cocina japonesa con Ayako

El viernes pasado tuvimos una sesión intensiva de cocina japonesa. Ayako es una maravillosa profesora, trabajadora, didáctica, rigurosa con las recetas, simpática y muy guapa como se puede ver en las imágenes.

Nos lo comimos todo (y nos bebimos también lo suyo), no quedó nada de nada, todo estaba delicioso. Ella da clases a grupos, si alguien de Sevilla o los alrededores está interesado en recibir las clases que me escriba al correo y os ponemos en contacto. Merece muchísimo la pena, porque realmente es una aproximación espléndida a la cocina japonesa y la conversación con Ayako sobre las costumbres y la cultura de su país no tiene precio.

Dejo aquí el vídeoreportaje que grabamos, no le he dejado el sonido original porque es una algarabía bastante íntima o relajada…o como se le pueda llamar.

Algo para leer

Ha caído, recientemente en mis manos, un librito de Julian Barnes que me ha hecho pensar y reír, mucho reír y menos pensar, que tampoco doy yo para mucho. El autor hace una serie de consideraciones sobre su biografía como cocinero y luego analiza con mucho ingenio los libros de cocina, los que usa o los que compra compulsivamente, que es un pecado frecuente entre los que cocinamos cada día.
Me encantó que se definiera primero como el tipo de cocinero que adora recibir instrucciones precisas, porque es el que más abunda en mi entorno doméstico: el «cocinero accidental» de mi casa no para de pedirme instrucciones y me cansa con sus preguntitas concretas, a las que yo no sé responder. Imagino que la cocina, la familiar que no la profesional, ha sido un espacio cerrado para muchos hombres durante demasiado tiempo, por eso quien entra tarde en ella busca normas y reglas que le permitan moverse con cierta seguridad. Atribuyo más a eso que al carácter la necesidad de ser «El perfeccionista en la cocina«, que es el título del libro en cuestión, del que he seleccionado este párrafo ilustrativo de su contenido con el que estoy completamente de acuerdo:

(…) la relación entre la cocina profesional y doméstica tiene similitudes con un encuentro sexual. Una de las partes suele ser más experimentada que la otra; y cada una de ellas debería tener derecho a decir en cualquier momento: «Esto no lo hago».
 
El libro, que es muy divertido, me hizo reflexionar sobre la clase de cocinera que soy. Desde luego no una perfeccionista, aunque me molestan las recetas que son un tongo, aquellas que ni en broma salen como dicen los libros o como se ven en las fotos. Más bien creo que mi hacer en la cocina es intuitivo, anárquico, un poco creativo y sobre todo está lleno de suerte, porque la suerte es tan importante como la experiencia. No es que no busque la perfección en las recetas, rechazando los platos cuando me salen mal, o no todo lo bien que espero, pero con mucha frecuencia me salen bien a la primera, o eso dicen en casa, de manera que tiendo a confiar demasiado en mi misma, de ahí que no me dé apuro decir que las magdalenas son deliciosas o que la ensalada es excelente.
Aunque últimamente estoy pensando que estoy rodeada de pelotas. Ser pelota de una cocinera es un asunto muy rentable, que tiende a acumular halagadores/haraganes, porque pocas actividades necesitan más de palabras de elogio que la de hacer la comida cada día.

Pesca

Hay algo en la pesca, algo que no termino de racionalizar que me tiene enganchada. Supongo que una buena parte de su atractivo reside en el gesto atávico de arrancarle al mar alimento, y yo quiero hacerlo de forma artesanal, luchando con un hilo y un anzuelo, eso sí muy sofisticado que tiene o hace mi hermano, y mi fuerza, que no es mucha. Todo lo que pesco lo guiso…y lo como. Es el caso de los alistados, estos pequeños bonitos como el de la foto, que están riquísimos en aceite, encebollados o con tomate.

Pero hay mucho más: el mar, a veces tranquilo y otras violento, que cambia de color en una misma mañana, desde el marrón oscuro casi negro, hasta el azul profundo y transparente una vez que hemos alcanzado los 50 metros de profundidad, el verde perfectamente reconocible cuando avistamos la Caleta o el faro de Las Puercas.

En ocasiones el paisaje del agua lo interrumpe una tortuga nadando, casi flotando a la deriva, o un bullente cardúmen que arremolina en torno a él a las golondrinas de mar como simulando un tornado. Los días de suerte una aleta negra entre las pequeñas crestas de las olas dispara nuestra imaginación con imágenes de bestias marinas. Siempre la esperanza de los delfines jugando con la proa de los barcos, cerca o lejos.

Por eso cuando consigo cobrarle una pieza siento algo parecido a haber desvelado un misterio, un enigma, un secreto de ese padre insondable.
(Lamento la paliza seudoliteraria, pero no puedo cargar vídeos, mi conexión no lo permite)

Abierto en verano

En verano adopto nuevas rutinas, algunas tienen mucho que ver con la cocina y la experimentación de nuevas recetas, pero siempre he estado ajena a internet, porque aquí no tengo conexión. Sigo sin tenerla pero la tecnología ha puesto a disposición del usuario un internet pret á porter, y este verano dejaremos el blog abierto, o por lo menos medio abierto.
Una de esas rutinas es leer el periódico tranquilamente después del desayuno, incluyendo, cuando es posible, la realización del sudoku y siempre, más temprano que tarde, un paseo por la orilla del mar. Esta mañana, después de haber leído noticias preocupantes sobre nuestro planeta, tuve la enorme suerte de encontrar, traído por las olas, este huevo de tiburón porque eso es la foto, un huevo ya abierto que trajo la marea con sus algas pegadas.
Normalmente son tiras que se desprenden y se abren cuando el pez está maduro para nacer. No creo que sea un pez martillo, que sé que hay en la Bahía de Cádiz, pero el tamaño del huevo es grandecito, yo ya los habías visto más estrechos, quizá se trate de un marrajo, que a la plancha están exquisitos.
Me sentí muy bien cuando lo ví sobre la arena porque el hallazgo es, por sí mismo, la buena noticia de que en el mar hay lo que tiene que haber: peces.